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El empate, en el tiempo de prolongación, puso el viento en las velas blancas, las inflamó, frente a un rival que no pudo reponerse ni en su corazón, ni en sus pulmones, ni en sus piernas. Unas manchas que, por cierto, no salieron al día siguiente y por las que tuvimos que llamar al tapicero. Nada más entrar en el vestíbulo, se despelotaron muy a gusto y nos dieron los besos de rigor.