Esa noche de mayo en Atenas, el Dream Team buscaba su consagración en el Olimpo futbolístico, el acceso a la eternidad en forma de balón. Como si la detonación de una bomba se tratase, esa noche se tornó maldita y se añadió ipso facto al imaginario culé como partido non grato y de memoria frágil. Fueron años de sangre, sudor y lágrimas, de la puesta de largo de una idea, de cuentas pendientes, de desgaste, de carambolas frenéticas y de momentos de excelencia futbolística.